Uno de los ingredientes básicos para hablar en público es la Inteligencia Emocional (IE). Por ello, es una de las herramientas utilizadas por la Escuela Europea de Oratoria, aunque no es la única razón. Consideramos que la IE es una manera de formar, contribuyendo al mismo tiempo al desarrollo personal, en cualquier etapa de la vida.
Vivimos en un mundo que no es “emocionalmente inteligente”, pero ello no impide que aquellos que trabajan ese aspecto personal sean más felices consigo mismos. Ese es el auténtico objetivo de esta materia.
Qué es la Inteligencia Emocional
Nos gusta decir que la Inteligencia Emocional es el “manual de instrucciones de cómo funcionamos”. Desafortunadamente, ese libro no existe, sino que somos nosotros mismos quienes podemos elaborarlo para conocernos mejor y gestionar adecuadamente nuestras emociones.
En la década de los 90, los psicólogos John Meyer y Peter Salovey definieron la inteligencia emocional indicando que era “la capacidad de controlar y regular los sentimientos de uno mismo y de los demás, y utilizarlos como guía del pensamiento y la acción”.
Estos autores destacaron la importancia de otro tipo de inteligencia diferente al cociente intelectual (CI) que hace años medían a los niños en el colegio, y que distinguía a los normales de los superdotados. Hoy sabemos que la inteligencia racional no es la única clave para el éxito del ser humano. De hecho, según escribió Daniel Goleman, quien popularizó el término en su libro Inteligencia Emocional, el dichoso coeficiente solo aporta un 20% de los factores de éxito a la persona, procediendo el otro 80% de otras cuestiones. Frente a esa inteligencia que demuestra nuestra capacidad más racional, la emocional ha sido infravalorada hasta hace muy pocos años. En la actualidad, se reconoce que la inteligencia emocional es tan importante como la otra, y en las empresas se buscan personas dotadas en este ámbito. De hecho, muchos de los problemas de comunicación del mundo actual son debidos a la falta de IE, no solo de los líderes políticos o empresariales, sino de la ciudadanía en general.
Ante la pregunta de si se nace con inteligencia emocional o si es algo que se desarrolla, hay que decir que hay personas que debido a su experiencia de vida han aprendido esta asignatura de forma natural, aunque si a ti no te ha ocurrido –no te preocupes, a mí tampoco- lo cierto es que es posible formarse en ello y aprender a utilizarla de manera habitual.
Los elementos que constituyen la inteligencia emocional son: la autoconciencia o autoconocimiento, la autorregulación, la automotivación, la autoestima, la empatía y las habilidades sociales.
- Autoconciencia o autoconocimiento: comprensión personal de las emociones, fortalezas, debilidades, necesidades y motivaciones propias. Las personas que tienen una alta autoconciencia pueden hablar sin problema de sus emociones, pueden reírse de sí mismos, tienen seguridad en sus capacidades y comprenden sus limitaciones.
- Autorregulación: significa ser capaz de controlar las emociones, canalizándolas según se necesite. Las personas con autorregulación mantienen tranquilos sus comportamientos impulsivos.
- Automotivación: implica sacar impulso del interior y tener la capacidad de luchar por nuestros objetivos, trabajando con pasión. Si hay una alta automotivación la persona se compromete con su trabajo.
- Autoestima: supone quererse a uno mismo, cuidarse, y tener confianza en lo que uno es y hace.
- Empatía: es saber ponerse en los zapatos del otro. Tener empatía con los demás lleva a comprender sus puntos de vista, ser flexible, por tanto.
- Habilidades sociales: son la capacidad de relacionarse con los demás. Denotan una gran facilidad para ganarse al resto de la gente.